Las recetas del populismo
Por Manuel Perezcarro Martín, secretario general de Froet.
Para que no haya confusión y según la RAE, el populismo es una tendencia política que pretende atraerse a las clases populares.
Algo que nos parecería inaudito que ocurriese en España apenas hace diez años y que lo relacionábamos con países menos desarrollados donde los gobernantes sin escrúpulos se hacen con el poder prometiendo al pueblo la solución de todos sus problemas con decisiones políticas simplistas, sin tener en cuenta los efectos reales de las mismas, ya lo estamos viviendo en nuestro país.
En estos diez años el salario mínimo ha subido un 220 por ciento y, solo en los últimos cuatro, casi un 47 por ciento.
Ahora se anuncia una reducción de la jornada laboral de 40 a 32 horas semanales. 37 horas y media en 2024 y una reducción progresiva hasta alcanzar las 32 horas semanales en un plazo “razonable de tiempo”.
Los efectos económicos de ambas medidas no solo generarán más inflación, sino, además, una drástica reducción de la competitividad de nuestra economía, un incremento del desempleo y no producirán el bienestar pretendido en la clase trabajadora.
No todos los males que actualmente padece la economía española se deben a la guerra de Ucrania. Los sectores primarios como la agricultura o la ganadería que generan mucho empleo pero con mano de obra poco cualificada y por tanto con salarios más bajos, han sido los más afectados por estas subidas del SMI y ahora lo estamos pagando los ciudadanos de a pie en el supermercado, con un disparatado precio de frutas, hortalizas, carne o aceite de oliva, y también se están viendo seriamente afectadas nuestras exportaciones de productos hortofrutícolas, desviándose las producciones a mercados donde la mano de obra y las cargas sociales son mucho más baratas (léase Marruecos).
Y al transporte ¿en qué le afecta? Bueno, como a todos los sectores, un incremento del salario mínimo produce un efecto tractor en los salarios en general. Si los puestos menos cualificados reciben un mayor salario debido a su afección por el salario mínimo interprofesional, los trabajadores que ocupan puestos más cualificados y con mayores responsabilidades, exigen también un mayor salario.
Si a esto añadimos una reducción de la jornada laboral con el mismo salario, los costes para las empresas se verán desbordados y lo que es peor, se precisará un mayor número de trabajadores para realizar el mismo trabajo y en el caso de los conductores, si en la actualidad hay escasez, el problema se agravará sin solución alguna.
Total que sí. Se suben los salarios y se reduce la jornada, pero todo es más caro y hemos perdido poder adquisitivo. Además, se corre el riesgo de que perdamos el empleo. Esto es populismo.
PRODUCTIVIDAD EN EL TRANSPORTE
En la productividad está la clave de la solución. A medida que esta aumente, podrán subirse los salarios e, incluso, reducir la jornada. Pero incrementar la productividad en el sector del transporte es complejo.
Habrá áreas concretas de la empresa en las que se puedan simplificar los procesos, o mejorar la gestión de la flota, introduciendo la digitalización o la inteligencia artificial, pero en lo que se refiere al hecho de trasladar la mercancía o los pasajeros de un lugar a otro, al estar sometido el transporte a severas limitaciones – tiempos de conducción y descanso de los conductores, velocidad máxima de los vehículos, restricciones y limitaciones de tráfico, tiempos de espera, etc.- la cuestión se vuelve mucho más compleja.
Otra medida populista con la que se pretende proporcionar mayor bienestar al ciudadano es el incremento de la fiscalidad a las empresas y a la clase media, porque lo de subir los impuestos a los ricos es pura farfolla.
Aumentar los impuestos para poder mantener un gasto público absolutamente descontrolado, en lugar de administrar el dinero público con el mayor de los cuidados -porque hay que recordar al populista que el dinero público es de los ciudadanos y empresas que lo han aportado con sus impuestos– tampoco favorece el desarrollo económico.
Menos mal que, de momento, parece que el gobierno en funciones ha recapacitado, por lo impopular de la medida, y no impondrá los peajes de manera generalizada en autovías y autopistas, pero no se preocupen que todo llegará, porque lo de que “el que contamina paga” les priva, cuando no son ellos, claro.