La vieja normalidad
Hay quién dice que antes de que algo que está mal pueda atraer la atención de quienes podrían mejorarlo, es necesario que se estropee completamente.
Justo cuando escribo estas líneas, se cumple año y medio del famoso confinamiento al que, amparado por la declaración de Estado de Alarma, nos sometió el Gobierno, hasta bien entrado el mes de junio, como medida desesperada para detener la expansión de los contagios de la Covid-19. Año y medio del #QuédateEnCasa que para los transportistas por carretera se traducía, en realidad, en todo lo contrario, como bien resumía el hastag #EnRutaPorTi que hizo fortuna, a su vez en las redes sociales, por aquellas fechas.
Como para algunas otras profesiones, que no creo necesario recordar, el insólito y largo episodio que vivimos entonces se tradujo en una inusual visibilidad y relevancia, adornada de aplausos, de epítetos elogiosos y de sincero reconocimiento social. Hasta de “héroes” se llegó a calificar a nuestros profesionales que hacían llegar, en condiciones muy adversas y en medio de un considerable desconcierto general, las mercancías hasta donde se necesitaban ya fuesen farmacias, hospitales, supermercados, granjas, gasolineras, etc. etc.
En contra de lo que nos decían desde el Gobierno, no salimos como país ni como economía, más fuertes de aquello pero, para nosotros, la llamada “nueva normalidad” parecía traer como “nuevo” precisamente eso, que dejamos de ser un sector invisible para, por el contrario, gozar del reconocimiento de su carácter esencial en prácticamente todos los órdenes de la vida cotidiana.
No es mi deseo darle alas al pesimismo, pero parece que toda aquello se hubiese quedado en mera “espuma” que, en menos de doce meses, ha desaparecido como la de una cerveza olvidada sobre la barra.
Nos topamos ya con la “vieja normalidad”, aquella para la cual, los camiones en la carretera son un estorbo causante de accidentes y embotellamientos (cuando, en realidad, los sufrimos en tiempo y en dinero) como nos han hecho “recordar” sorpresivamente este mes las autoridades de Cataluña. Esa “vieja normalidad” que nos confirma, una y otra vez, que somos incapaces como sector de repercutir en nuestros precios, las alzas que se nos imponen en los costes (por ejemplo, por subidas espectaculares del combustible) como palmariamente ha dejado reflejado el último Observatorio publicado por el MiTMA.
Y ello, incluso, en un escenario de fuerte aumento de la actividad y escasez de camiones disponibles. Sí, la “vieja normalidad” en la que desde muchos “púlpitos” públicos y privados, se ve al camión como una fuente inagotable de ingresos, no ya por todos los que se ve obligado a satisfacer sino por los muchos que podría generar en favor de los que adoran el mantra del “pago por uso”; y no son sólo cantos de sirena, son realidades que se mantienen en marcha -es decir, recaudando- incluso cuando han sido derrotados por dos veces en las más altas instancias de la Justicia. “No importa; ¡que sigan pagando!” parecen decirse a sí mismos quienes nos miran desde sus despachos.
Una actividad esencial que es comparable al sistema sanguíneo de la estructura productiva del país, de su capacidad industrial y exportadora… vuelve, lamentablemente, a su vieja invisibilidad salvo para quienes buscan apuntarse demagógicos tantos, señalando culpables inventados como para los que miran un camión y sólo ven una “vaca a la que ordeñar” o un mal necesario cuyo coste hay que seguir reduciendo.
Hay quién dice que antes de que algo que está mal pueda atraer la atención de quienes podrían mejorarlo, es necesario que se estropee completamente. Llegado el caos, más de uno empezará alocadamente a tratar de implantar medidas reparativas, mientras nos cuenta que “no se podía saber”.